jueves, 10 de noviembre de 2011

Me parece que la utopía la siento tan lejana y utópica que en los últimos tiempos he sido incapaz de escribir nada en su favor. No sé si soy yo quien está pasando por una mala racha, pero tengo la impresión de que esto no hay quien lo arregle hasta que cambie la genética humana... si da tiempo de eso. "El hombre es un lobo para el hombre", decía Hobbes; "el hombre es un cordero -o un borrego- para el hombre", decía Unamuno. Pues entre lobos y borregos, ya me diréis qué arreglo puede haber.

martes, 25 de noviembre de 2008

CONTRADICCIONES FUNDAMENTALES
DE
LA IGLESIA CATÓLICA
(XXIII)

Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía
23. La contradicción según la cual la jerarquía católica exige la fe a la vez que la veracidad, conceptos excluyentes en cuanto la fe implica reconocer como verdad algo de lo que no se sabe que lo sea, mientras que la veracidad implica reconocer como verdad sólo aquello de lo que se sabe que lo es.
En cuanto la fe se relaciona con el reconocimiento como verdad de algo de lo que no se sabe que lo sea, mientras que la veracidad hace referencia a la actitud por la cual uno trata de no mentirse a sí mismo respecto a lo que sabe y a lo que desconoce, en esa medida la fe y la veracidad son conceptos contradictorios. Y en cuanto la jerarquía católica defiende por una parte que hay que tener fe en lo que ellos dicen, pero por otra siguen aceptando las tablas de Moisés, en las que se dice que no hay que mentir, en esa medida la doctrina de la jerarquía católica es contradictoria en sí misma.
CRÍTICA: No obstante, cuando se habla de las creencias humanas, conviene precisar el sentido de este concepto, pues no siempre tiene el mismo sentido: La postura del creyente, aparentemente incompatible con la que mantiene un talante de absoluta veracidad, quizá no lo sea tanto en realidad, especialmente si advertimos que en el terreno de las creencias podemos diferenciar al menos dos sentidos básicos, uno débil, de carácter espontáneo y otro fuerte, de carácter dogmático.
La creencia espontánea se caracteriza por tratarse de una simple vivencia involuntaria que no pretende justificarse racionalmente, pero que, aunque sea de manera pre-reflexiva y acrítica, implica en cualquier caso una certeza subjetiva acerca de doctrinas objetivamente inciertas. La importancia de este tipo de creencias deriva, por una parte, de la amplitud de sus contenidos y, por otra, del hecho de que, aunque muchas de ellas permanecerán indefinidamente en esta situación, otras se convierten en el origen de las creencias dogmáticas o en el de un buen número de auténticos conocimientos o, paulatinamente, se desvanecen. El paso de la creencia espontánea a la creencia dogmática se produce por una reafirmación del valor de la primera sin que existan auténticos motivos objetivos que justifiquen este paso, mientras que la conversión de la creencia espontánea en conocimiento implica haber llegado a una evidencia racional o empírica respecto al valor objetivo de sus contenidos.
La creencia dogmática, como ya se ha señalado, añade a los caracteres de la anterior una consciente y firme disposición a afirmar como verdadero el contenido de la creencia, a pesar de no contar con suficientes garantías de que lo sea. Se trata de la creencia como acto de fe, que se produce por sugestión y se fortalece por autosugestión para evitar su debilitamiento como consecuencia de posibles críticas procedentes de la filosofía, de la ciencia o del simple sentido común. Por ello, si desde la perspectiva de una actitud veraz no habría nada objetable respecto a la creencia espontánea, puesto que ésta es involuntaria y no pretende suplantar al auténtico conocimiento sino todo lo más suplirlo mientras éste no haya surgido, no ocurre lo mismo por lo que se refiere a la creencia dogmática, ya que ésta pretende ocupar el lugar que le corresponde al conocimiento y a los auténticos planteamientos racionales, y, por ello, su relación con la veracidad sería la de una proporción inversa: un aumento de veracidad viene acompañado de un descenso de creencia dogmática, y un aumento de creencia dogmática viene acompañado de un descenso de veracidad.
Por qué se mantiene, sin embargo, la creencia dogmática en claro enfrentamiento con los planteamientos relacionados con la veracidad es una pregunta que en parte puede responderse haciendo referencia a las mismas motivaciones que propician la aparición del otro tipo de creencia, ya que esta última es el origen primero de la anterior. Por ello, conviene ampliar un poco la referencia a los motivos que explican la existencia de la creencia espontánea y tratar de explicar los motivos que contribuyen al cambio cualitativo de la creencia espontánea a la creencia dogmática.
La creencia espontánea admite toda una compleja variedad de explicaciones que no necesariamente se excluyen entre sí, sino que más bien se complementan mutuamente. En este sentido, habría que hacer referencia, en primer lugar, al hecho de que el ámbito de seguridades procedentes de auténticos conocimientos, especialmente durante la infancia, es muy limitado, y que, por ello, la realización satisfactoria de la vida exige que esos reducidos conocimientos tengan que ser complementados por todo tipo de creencias, basadas en la autoridad de una tradición inmemorial, que se acepta y es creída en parte por motivos intrínsecos a tal tradición, en cuanto pueden representar la acumulación de un acervo de experiencias a partir de cuya depuración inductiva haya podido extraerse cierta “sabiduría popular”, y en parte por motivos extrínsecos, en el sentido, por ejemplo, de que el sentimiento de integración en un grupo social se consigue más plenamente cuando el hombre comparte con su grupo de convivencia no sólo una vida comunitaria basada en la existencia de unos intereses económicos, sino especialmente un sistema de creencias comunes que favorece la cohesión del grupo y, en consecuencia, un sentimiento de seguridad y de fuerza frente a posibles grupos hostiles. En relación con esta cuestión conviene además recordar que el hombre, como “animal social”, tiene fuertemente desarrollada la necesidad de sentirse integrado en una comunidad.
Hay que mencionar, en segundo lugar, el sentimiento de temor e inseguridad que provoca en el hombre el desconocimiento de su propia realidad y del mundo que le rodea: En las tradiciones míticas de todos los tiempos la creencia en dioses que gobernaban las fuerzas de la naturaleza (diluvios, sequías, terremotos, enfermedades o un clima apacible, buenas cosechas, salud, etc.) y la creencia de que tales dioses podían resultar accesibles para el hombre mediante diversos rituales mágicos y sacrificios sirvió para aminorar aquel sentimiento de temor; de ahí que, cuando con el progreso de la ciencia se han logrado de manera mucho más eficaz esos mismos objetivos de control sobre la naturaleza, los diversos ritos mágicos y los sacrificios hayan dejado de ocupar el lugar preponderante que ostentaban y sólo se recurra a ellos en ocasiones excepcionales para las que, por otra parte, suelen ser tan ineficaces como la ciencia, aunque aporten al menos la satisfacción y el consuelo de “haberlo intentado todo”.
Conviene puntualizar, por otra parte, que el paso de la creencia espontánea a la creencia dogmática no implica necesariamente un cambio en cuanto a su contenido sino especialmente un cambio desde la espontaneidad de la primera a la dogmaticidad fanática y beligerante de la segunda, que en algunas ocasiones pretende ser aceptada como un conocimiento paralelo al de la ciencia y, en otras, como el único y auténtico conocimiento frente a los considerados por las jerarquías religiosas como “desvaríos heréticos de la filosofía y de la ciencia”. Por su parte, la transformación de la creencia espontánea en conocimiento o su simple desaparición viene determinada por la existencia de un método riguroso para verificar o refutar los contenidos de la creencia espontánea correspondiente.
Y, en tercer lugar, es importante señalar el valor trascendental de la creencia espontánea como un imprescindible mecanismo de supervivencia durante la infancia, ya que es en ese período inicial de la vida humana cuando se depende de los padres de manera más radical. Esa dependencia, en cuanto viene acompañada del afecto y de la satisfacción de las diversas necesidades del niño por parte de sus progenitores, lleva consigo el desarrollo correspondiente del afecto del niño hacia ellos, y, al mismo tiempo, de una confianza incondicional en la verdad de las creencias transmitidas por ellos. Tales enseñanzas serán, en líneas generales, adaptativas desde el punto de vista vital, pero también de modo inevitable estarán constituidas por una mezcla de verdades y de prejuicios. Este hecho explica suficientemente el que de forma poco variable, generación tras generación, y gracias a esta labor de transmisión de las creencias de padres a hijos, las diversas religiones se mantengan en sus respectivas áreas de influencia: quien nace y es educado en el seno de una familia cristiana asumirá el cristianismo con la misma naturalidad con la que aprende a hablar el idioma de sus padres; quien nace y se educa en medio de una familia musulmana difícilmente dejará de ser musulmán; y casi con toda seguridad permanecerá budista el que nazca y se eduque en una familia budista. Por este motivo, los dirigentes de las diversas religiones suelen preocuparse por realizar su misión de proselitismo y obtienen sus mayores éxitos encauzando especialmente su mensaje no hacia las personas adultas, que por el desarrollo natural de su capacidad racional y crítica o por haber interiorizado ya previamente durante su infancia otras creencias difícilmente se abrirían a la aceptación de una ideología religiosa diferente, sino hacia la infancia, que, aunque no llegue a ser capaz de valorar críticamente el contenido de las doctrinas que recibe o precisamente por ello, es por naturaleza mucho más receptiva.
Por otra parte y en referencia a la creencia dogmática, hay que señalar como causa de su desarrollo el interés de los jerarcas de las diversas religiones en proclamar la autosuficiencia de la fe, más allá y por encima de la razón, como mecanismo para tener asegurada la fidelidad de sus adeptos y para alejar así el temor y la preocupación que podría suponer el que los diversos contenidos religiosos pudieran ser objeto del libre análisis crítico y se encontrasen en el trance de poder ser rechazados en cuanto no superasen la prueba de dicho análisis. Como su posible rechazo podría venir seguido de la disolución de la organización eclesial correspondiente, una solución para evitar este peligro suele consistir en advertir que los “dogmas” religiosos son, por definición, incomprensibles para la razón humana y que, por lo tanto, deben ser aceptados por un acto de fe; complementariamente, se puede tratar de atemorizar al creyente para que desista de su actitud crítica advirtiéndole que “sin la fe no hay salvación”.
Sin embargo y en relación con la valoración que el cristianismo y otras religiones hacen de la fe -forma de creencia dogmática- como camino alternativo para la “salvación” (?), hay que insistir en que, de acuerdo con Nietzsche, parece una doctrina al menos tan absurda como lo sería la actitud del profesor que exigiera a sus alumnos como condición indispensable para aprobar el curso que creyesen que él era la reencarnación de Platón.
Creer en algo, en el sentido de tender a considerarlo como verdadero sin que realmente se pueda estar objetivamente seguro de que lo sea, tiene su explicación en cuanto existen toda una serie de circunstancias, tanto objetivas como subjetivas, que hagan surgir la creencia correspondiente. Así, por ejemplo, la creencia de que mañana llueva podría relacionarse con el hecho objetivo de que fuéramos expertos en meteorología y conociéramos la existencia próxima de un área de bajas presiones que hicieran previsible que, en efecto, tal fenómeno se produjera. Por otra parte, si además se está sufriendo una larga temporada de sequía, el deseo de que la lluvia se produzca -factor subjetivo- puede contribuir a que la creencia en la aparición de dicho fenómeno sea más intensa que si se atendiera exclusivamente a las circunstancias objetivas. Lo mismo puede suceder en el caso de las personas cuya penuria económica les lleva a jugar su sueldo en la lotería con un grado de confianza directamente proporcional al grado de su indigencia.
Así pues, la creencia en sentido amplio aparece como un fenómeno que es a un mismo tiempo natural e inevitable y que puede ser complementario del auténtico conocimiento cuando éste falta. Pero, en cualquier caso, parece que, si a nadie se le ocurre juzgar especialmente meritoria la creencia de que mañana llueva o deje de llover, y si tampoco consideramos especialmente meritoria la devota actitud creyente del alumno que reconociese a Platón en su extraño profesor sino que más bien la juzgaríamos como un gesto sospechoso de interesada hipocresía ante tan excéntrica exigencia, en tal caso lo mismo habría que juzgar de la creencia en el Dios del cristianismo o de la creencia en los dioses del Olimpo.
Conviene tener en cuenta además que la fe, como creencia dogmática, se opone a la veracidad y que, en consecuencia, se encuentra en contradicción con los mismos preceptos de la moral cristiana, por lo que, desde esta perspectiva, en lugar de laudable sería condenable.

lunes, 24 de noviembre de 2008

La señora De Cospedal
y “lo que les molesta a la mayoría”
Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía

Dice la señora De Cospedal que “a la mayoría no les molesta un crucifijo en las aulas”. Al margen de las encuestas que esta señora haya realizado para enterarse de cuál sea la opinión de la mayoría, le convendría enterarse, en primer lugar, que de lo que se trata no es de lo que le moleste o no a la mayoría sino del cumplimiento de una resolución judicial, que además se relaciona con el contenido de la Constitución Española por lo que se refiere al carácter aconfesional del Estado y con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, según la cual ninguna creencia religiosa tiene por qué imponerse frente a cualquier otra creencia de signo distinto o contrario; que la mejor forma de respetar las creencias religiosas o ateas no es la de imponer un símbolo religioso en exclusiva y de manera indiscriminada a la totalidad de los alumnos de un aula o de un centro, ni tampoco la de colocar tantos símbolos como creencias o maneras pensar haya, sino simplemente la de tolerar que cada uno tenga sus creencias sin pretender imponerlas a nadie.
La señora De Cospedal debería haberse enterado:
-de que los tiempos de la Inquisición terminaron hace ya algunos siglos, aunque en España resurgieron con el nacional-catolicismo, cuando se imponía la Religión Católica a todos los estudiantes;
-de que el hecho de que “a la mayoría no le moleste” la aplicación de una ley constitucional no es un argumento para no aplicarla;
-de que el hecho de que “a la mayoría no le moleste” que la tiren por un barranco no es un argumento para permitir que la tiren;
-de que el hecho de que “a la mayoría no le moleste” que haya gente que duerme en la calle porque no tiene donde caerse muerto no es un argumento para despreocuparnos de ese problema;
-de que el hecho de que “a la mayoría no le moleste” que haya miles de niños que cada día mueren de hambre no es un argumento para despreocuparnos de ellos;
-de que el hecho de que “a la mayoría no le moleste” que los homosexuales sean discriminaos no es un argumento para seguir discriminándolos;
-de que el hecho de que “a la mayoría no le molestase” que a los negros se les esclavizase no debió ser un argumento para aceptar la esclavitud;
-de que el hecho de que “a la mayoría de los nazis” no les importase que los judíos fueran masacrados no debió ser un argumento para consentir aquella barbarie;
-de que el hecho de que “a la mayoría no le molestase” que la Inquisición asesinase implacablemente a quienes se atrevían a pensar y a decir lo que pensaban eso no debió ser un argumento para olvidar los crímenes de aquella nefasta institución de la jerarquía católica.
En definitiva quisiera que la señora De Cospedal se enterase de que hay derechos que no por ser de minorías dejan por ello de ser derechos, que no por ser derechos que “a la mayoría no les importa” dejan de ser derechos que deben ser respetados.
Aplicada esta consideración al presente tema, simplemente se trata de tener en cuenta que el hecho de que una religión sea dominante o no en un estado no puede ser un argumento para imponer dicha religión ni sus símbolos en centros escolares públicos a los que asisten alumnos de diversas creencias, acerca de las cuales ni siquiera sería constitucional recabar información en cuanto el ámbito de las creencias es un ámbito privado que nadie tiene el derecho de violar.